Habitualmente nos encapsulamos en ciertos movimientos, en los mismos, que no terminan más que rigidizarnos y encauzarnos en la repetición, sin posibilitar que todo nuestro caudal aflore. Los seremos humanos hacemos uso de una parte de nuestro potencial, muy poco. Incluso un “mal uso”, por ejemplo, creemos que adoptar una postura erguida solo implica curvar la columna y a veces, de forma tan pronunciada, que se produce una lordosis. Creemos también que el peso de nuestro cuerpo debe apoyarse en las rodillas, cuando la mayor parte de él debe asentarse en los pies. Por ello, es sumamente importante un trabajo corporal que nos permita tomar real conciencia de que “somos cuerpo”, de que cada experiencia, vivencia y cultura deja huellas en él.
Nuestra cultura apunta y mira con buenos ojos las prácticas que se focalizan en el trabajo corporal, pero desde el aspecto físico.
Pensarnos como seres que somos “puro cuerpo”, implica enfocarnos en una perspectiva “psicofísica”. Encontrarnos con él es considerar que un ejercicio físico, que asistir al gimnasio o realizar un deporte, es un momento o una instancia más que nos acompaña; pero es el camino de un trabajo corporal psicofísico el que nos proveerá de verdaderas herramientas, de mejores posturas y movimientos, permitiendo el despliegue de nuestro ser.
Por eso, tal vez, esta cuarentena, sea el momento para reencontrarnos con nuestro cuerpo de esa forma. Una manera amorosa de seguir conociéndonos, que nada tiene que ver con contar cuántos abdominales hice o quiero hacer, o pensar como único objetivo meter un gol. Que nuestra meta sea disfrutarnos (con o sin otros), relajarnos, preguntarnos el por qué de cada rigidez, de cada dolencia. Claro que es más fácil recurrir a la medicina o a una sesión de fisioterapia para aliviar un dolor muscular, pero la verdad que subyace es que esos padecimientos se vinculan con quiénes somos, con lo que hacemos o con lo que no podemos hacer. Desligarme de aquello que me perturba es la opción, pero el cuerpo tiene memoria, se habitúa, se acostumbra, por ejemplo, a caminar adoptando una postura encorvada o a recurrir al fisioterapeuta. Por eso, encaminarnos en una senda más sana implica un trabajo de autoconocimiento y conciencia continuo, intentando que sea día a día.
Les propongo una búsqueda: habitar los diferentes espacios de nuestro cuerpo, esos que creemos tener o no sabemos que existen, y escuchar las señales corporales que se nos plantean y las que plantean nuestros seres queridos, con quienes convivimos.
Un primer paso es escuchar y reconocer aquello que se manifiesta, lo que se padece. Teniendo en cuenta que, en muchas ocasiones, aquello que molesta suele ser minúsculo, pasar desapercibido o eso creemos.
En este proceso también nos toca interpelarnos, indagar, bucear en nuestro interior y tal vez no encontramos la respuesta inmediata, pero abrimos la puerta para que ello suceda en algún momento. Claro está que la ayuda profesional puede y, en muchas ocasiones, es necesaria (psicología, yoga, entre otras).
Todo concluye en el reencuentro con nuestro cuerpo: con un nuevo un modo de hacer, de movernos, de actuar, de vincularnos con otros.
A veces, nuestro cuerpo actúa de manera sana, y sin saber con exactitud por qué y cómo, nos deja de doler la espalda o la cabeza. Será nuestra labor, entonces, poder hacer consciente eso que sucedió, para habituarnos a eso y no dar lugar a aquello que nos hizo padecer, que nos molestó.
Entonces, en estos días, podemos realizar diversos juegos, propuestas lúdicas y actividades que nos lleven por ese sendero.
Encontrar los espacios adecuados es muy importante. Si tenemos un espacio más amplio o patio podemos promover actividades de mayor despliegue motriz. Podemos utilizar materiales desestructurados (sogas, pelotas, telas, almohadones, etc.) y armar “casitas”, saltar la soga, realizar juegos corporales, de obstáculos, con la tierra y el agua, entre otros.
Para poder desarrollar cualquier juego o actividad debemos buscar o acondicionar un espacio con la menor cantidad de estímulos posibles y mantener las pantallas apagadas y/o guardadas.
Habilitar momentos para desarrollar diferentes actividades artísticas como pintar, dibujar, escribir una historia, encarnar personajes y actuar, utilizar títeres, cantar, bailar, tocar instrumentos u objetos de percusión, o escuchar música, posibilitando así la plena expresión corporal, lo cual permite elaborar conflictos y canalizar emociones; fomentar la creatividad y llevarnos al encuentro y desarrollo de nuevos y/o más sanos movimientos, así también como diversas posturas más adecuadas.
También se puede realizar relajación. Utilizando alguna colchoneta o una cama podemos hacerla. Colocamos una música acorde, nos acostamos, y así comenzamos. De 8 a 12 minutos es el tiempo ideal. Es importante que el cuerpo esté relajado, tratando de no flexionar brazos y piernas, en posición decúbito dorsal (mirando hacia arriba).
Esta actividad nos permitirá escuchar nuestro cuerpo, relajar los músculos que sean necesarios, acomodar segmentos corporales y, en consecuencia, adoptar posiciones o posturas más sanas.
La mirada o participación activa del adulto es fundamental para llevar a cabo lo mencionado en los párrafos precedentes, ya que orienta el accionar de cada niña y niño, permitiéndoles realizar un trabajo de autoconocimiento de sus propias capacidades, posibilidades y limitaciones, así también como el desarrollo de otros modos de vinculación con los adultos y hermanos, incluso el diálogo en aquellos que tienen mayor dificultad para hacerlo.
Lic. Ayelen Muñoz
Psicomotricidad
Staff Sendas